dimarts, 24 de maig del 2011

RELATO COLECTIVO

Hola amig@s del curso, me gustaría que entrarais de vez en cuando al bloc. Seria bonito que pesarais a escribir alguna cosa, un relato de una fiesta, una poesía, no importa el que. Seguro que si empezarais a hacerlo no dudo que os llegaría a gustar.
Rosa y yo, estamos , en compañía de muchas otras personas, escribiendo un relato colectivo. Esta a punto de acabar y os aseguro que ha sido divertido (todo que hemos pasado nervios, pues no sabíamos como nos saldría nuestros fragmentos) y muy enriquecedor.
He pensado de ir poniendo capítulos para saber que os parece.
Su titulo es:

AL PAN, PAN Y AL VINO,VINO


Amanecía cuando Esperanza salió de su casa echándose sobre los hombros la vieja toquilla gris perla de su abuela.

"Una primavera fresquita se nos presenta", pensó, mientras se dirigía con paso ligero a la antigua estación de trenes.

El sol aparecía tímidamente por el horizonte y pronto sus rayos hicieron brillar el cabello rubio de la chica. Ésta recorría las calles sin detenerse, con el fin de llegar a su destino, la estación, antes de que la gente empezara a salir de sus casas. Llevaba haciendo este camino quince años, así todos los días, desde que cumplió los ocho. Empezó acompañando a sus hermanas mayores, pero ahora lo hacía ella sola ya que ellas se habían ido a vivir a otra ciudad.

Tardó siete minutos en llegar al viejo edificio. Las puertas estaban abiertas, siempre lo estaban, cruzó el vestíbulo vacío de gente y se dirigió al andén. Se detuvo junto a las vías y miró a izquierda y derecha. Siempre hacía los mismos movimientos, siempre a la misma hora y en el mismo lugar. Nadie la veía, pues a aquellas horas nadie estaba en la calle aún. Si alguien la hubiera observado pensaría que Esperanza estaba esperando a alguien, pero ¿a quién?


Pasados cinco minutos, la chica se giró bruscamente, como la que se despierta de un sueño, y volvió a recorrer el camino de regreso a su casa con el mismo paso ligero que la llevó hasta allí.
Abrió la puerta sin hacer ruido, subió la escalera y entró a la buhardilla. Se quitó la toquilla, la dobló cuidadosamente y la colocó en la vieja arca, junto a muchos otros objetos que allí descansaban desde hacía muchos años: un par de libros, una caja con fotografías y recortes de revistas, un sombrero, un paraguas y muchas más cosas.


Tenía que darse prisa pues debía estar puntualmente en su trabajo. Le esperaban unas horas sentada cosiendo. Le habían encomendado que se encargara, junto a otras mujeres, de coser los trajes para toda los vecinos y vecinas del barrio. Una tarea fácil, ya que todos los trajes eran iguales, tanto para hombres como para mujeres, pero también era una tarea aburida. Ella había visto en las fotografías, y en los recortes de revistas que guardaba en el arca de su abuela, que treinta años antes no todo el mundo vestía con el mismo traje. Entonces había mucha variedad de telas, colores y formas.

¿Por qué había cambiado todo tanto?
¿Por qué la chica iba cada día a la antigua estación de trenes, si ya ninguno pasaba por allí?

A las siete en punto de la mañana, Esperanza estaba preparada para empezar su jornada laboral.

(Conchi, 30-03-2011)


Guardó cuidadosamente el viejo Againer en su funda de piel y se dirigió a la puerta donde el parpadeo de una luz roja la hizo volver sobre sus pasos a recoger la mascarilla. Sería mejor cubrirse un poco o al día siguiente tendría de nuevo esa tos seca tan desagradable de las últimas alarmas. Cerró con destreza la cremallera del mono y bajó apresuradamente los escalones que la separaban de la calle. Las aceras automáticas ya estaban en marcha y una multitud de individuos estáticos con ojos apagados se desplazaba a velocidad constante hacia Fabrics Corporation, la fábrica de La Coalición encargada de suministrar uniformes a la población de la ciudad en la que Esperanza trabajaba desde hacía unos cuantos años. Los atuendos variaban de color y diseño cada estación y, ahora que la primavera se acercaba, trabajaban a contrarreloj para terminar a tiempo.

De un salto se colocó sobre la acera rodante sin que nadie se inmutara. Jugueteó tecleando con los dedos sobre la barandilla negra que rodaba más despacio que la cinta por lo que, de cuando en cuando, tenía que levantarlos y colocarlos más adelante o habría terminado cayéndose. Le gustaba el cambiante paisaje urbano: a diario surgían nuevos edificios y desaparecían otros; los parques se llenaban de árboles o se transformaban en desiertos según el capricho del encargado de La Coalición; a veces la nieve artificial hacía aparición en agosto cubriendo los tejados con una gruesa capa blanca que se mantenía intacta bajo un tórrido calor o surgía una inmensa playa en la plaza en pleno diciembre. Y arriba, por encima de sus cabezas, los nuevos modelos de autoflies se destacaban frente al gris del cielo librando la batalla del tráfico en medio de piruetas, bocinazos y alguna colisión con el consiguiente peligro para los viandantes.

Era lunes, llevaba todo el fin de semana en casa sin hablar con nadie. Su hermana, Jennifer, le había prometido venir a verla pero la había llamado el viernes para disculparse porque tenía malo al niño pequeño. Una terrible melancolía se había apoderado de ella con tal furia que el cuerpo se le quebró y decidió meterse entre sábanas. Sólo el habitual paseo matinal con el Againer la había calmado un poco. De todas maneras, los Againers habían mejorado mucho y ahora no sólo transportaban al sujeto al pasado sino que también reproducían el movimiento de los objetos de entonces e incluso se podían realizar viajes interactivos con otros usuarios. El suyo sólo le permitía moverse por escenarios del pasado en solitario, sin compartir la experiencia con nadie y, además, como un alma en pena caminando en un mundo detenido en el tiempo. Su padre se lo había regalado el día que cumplió los ocho años y la vinieron a buscar para llevarla

al Training Citizen Center con todos los niños de su edad. Entonces, mientras la miraba con ese amor tan suyo, su padre había sacado el Againer del estuche de piel que lo guardaba mientras le rogaba que fuera todas las mañanas a la estación donde él trabajaba si no quería sentirse sola y desvalida. Que observara esa costumbre durante toda su vida y así sabría siempre lo mucho que su madre y él la querían. Luego, con una sonrisa, le mostró otro Againer idéntico y le dijo: “yo he sincronizado el mío con el tuyo para poder coincidir en algún viaje. Te prometo, hija mía, que si conservas la fe, algún día me verás llegar a bordo de la locomotora”. Y con esas palabras se habían despedido hacía ya quince años. Desde entonces nunca más se habían visto.

(Alicia, 1-04-2011)


Esto son dos capítulos, como veis están firmados por las personas que lo han escrito. Ya me diréis que os ha parecido.

Hasta otra

reser

1 comentari:

  1. Amiga Roser, me parece una buena idea animar a nuestros compañer@s a que participen del blog, como bien has dicho, juntas y con la compañía de otras tantas personas todas ellas encantadoras, lo pasamos muy bien compartiendo y aprendiendo a la vez, ha sido una suerte haber conocido a través de los blogs a persona maravillas, comparto tu iniciativa de poner poco a poco el relato fragmentado que entre todas hemos creado.
    Una abraçada.
    Rosa.

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